La ciudad de Santo Domingo cuenta con un conjunto de cafeterías integradas a su vida cotidiana, como la Cafetera de la calle El Conde o el Palacio de la Esquizofrenia, escenarios en los que anidaron el arte y la poesía.
Los cafés conforman, por esencia, espacios cargados de historias. En algunas ocasiones éstas se estampan en el recuerdo con una majestuosa intensidad. Este es el caso de establecimientos como La Cafetera o el llamado Palacio de la Esquizofrenia, ubicados en la calle El Conde, de la Zona Colonial.
En este grupo también cabe mencionar cafeterías como la vieja Pacos, frente al Parque Independencia, o Dumbo, que lleva más de 50 años operando en la calle Arzobispo Nouel.
A las emblemáticas de la ciudad de Santo Domingo –aunque con características muy distintas – se suma la popular Barra Payán, que en sus 57 años de historia ha recibido y conservado clientes de todas las clases sociales.
La Cafetera de la calle El Conde
El pintor José Cestero, en La cafetera. (Foto: Orlando Ramos)
La Cafetera Colonial, conocida únicamente como “La Cafetera”, fue fundada en 1930 por Benito Paliza, señalado como “pionero en la torrefacción de café en República Dominicana”. “Fue él, quien, movido por una gran afición por la cultura”, promovió las tertulias artísticas en su local, dice una placa colgada de la pared del establecimiento que recoge brevemente su historia.
En los 40, el sitio sirvió como punto de reunión de muchos artistas e intelectuales españoles que habían llegado al país como refugiados de la guerra civil que tuvo lugar entre 1936 y 1939 en ese país ibérico. A principios de la década del 50 el café cambió de edificio (antes estaba ubicado en la edificación contigua a la que lo aloja en la actualidad) y de propietario; pero sin perder su espíritu, dado que ya se había consolidado como espacio de encuentro de los artistas e intelectuales más destacados de la época.
El pintor José Cestero, visitante fiel del sitio, lo califica como “la única verdaderamente emblemática” entre las cafeterías antiguas de la Zona Colonial. Recuerda –y aclara que lo hace con imprecisiones– cómo don Pedro Mir recitaba allí los versos de su reconocido poema Hay un país en el mundo y las encendidas discusiones que se generaban con las reacciones de otros poetas y críticos.
Otro recuerdo que el pintor atesora es la figura de Pedro René Contín Aybar, poeta y crítico de arte, quien se sentaba al fondo de la cafetería elegantemente vestido, portando un colorido abanico de manos.
“Aquí venía Pedro René Contín Aybar y se sentaba allá en el fondo. Un buen crítico de arte. Tenía clase. Utilizaba un abanico como los de Lola Flores. Un día me llamó. Eso fue después de lo de Arte y Liberación que Silvano Lora y Pedro Mir crearon. Yo estaba envuelto en ese grupo. Él se sentaba allá en el fondo y una vez me llamó y me dijo: José, ven acá. Yo estaba aquí mismo, sentado. Fui y me dijo: mira, no te me juntes con Silvano Lora, que es comunista. Te vas a joder”, cuenta el pintor mientras acomoda el brazo sobre la barra de La Cafetera.
“Y yo he hecho el retrato de don Pedro con su abanico diciéndome eso”, agrega con la cara de gozo que exhibe quien se jacta de sus travesuras.
En el largo pasillo que es La Cafetera también hicieron “vida social” escritores como Julio González Herrera, Alberto Baeza Flores, Freddy Prestol Castillo, René del Risco Bermúdez, Antonio Fernández Spencer, Enriquillo Sánchez, Víctor Villegas, Aída Cartagena Portalatín, Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco, Teté Robiou, Jeannette Miller, Pedro Peix y algunos de los llamados ochentistas.
Peix, que estaba entre los más excéntricos es distinguido como “el poeta del cabello así” (hay que haberlo visto para saber cómo) que tenía en La Cafetera su propia taza. Cuentan que por lo general no se sentaba: “Se quedaba de pie, tomaba un café en una taza especial que había para él, duraba unos minutos y se largaba”, cuenta Cestero, que lo califica como una especie de William Shakespeare.
Entre los pintores que más frecuentaban el lugar, además de Cestero, se cita a Guillo Pérez, Eligio Pichardo, Virgilio García, Paul Giudicelli, Radhamés Mejía, Jaime Colson y Julio Susana.
El Palacio de la Esquizofrenia
En 1978, cuando don Manuel Aybar abrió el Café Conde de Peñalba, que más tarde también sería conocido como Palacio de la Esquizofrenia, invitó a algunos amigos artistas a conocer el lugar, ubicado en la atractiva esquina que conforman las calles El Conde y Arzobispo Meriño.
Don Manuel Aybar.
La idea fue buena. Muy pronto el comerciante observó que el género paría clientes, aunque éstos no fueran precisamente los consumidores más rentables. “Mucha gente no quería servirles por ahí porque los poetas sólo iban a beber café. Pasaban cuatro horas sentados, escribiendo o pensando, y solo consumían un café”, cuenta don Manuel Aybar.
Emite una atrofiada carcajada (hace un año que se siente muy aquejado de salud). Luego explica que fue eso, haberlos “acogido”, lo que convirtió su café-restaurante en uno de los más simbólicos de la Ciudad.
Sobre todo en la década de los 80 el lugar se caracterizó por tener ese espíritu bohemio que imprimían los pintores, poetas e intelectuales, siendo escenario de muy concurridas peñas sobre literatura y política.
Para entonces, los visitantes le acuñaron el título de Palacio de la Esquizofrenia –por aquello de que los artistas siempre están locos– cuyo origen todavía continúa siendo causa de disputas entre escritores.
Hay quienes le atribuyen la autoría del popular sobrenombre al poeta Carlos Gómez Doorly, quien instaló su “despacho” en la mesa 8 de esta cafetería, según registran Pedro Conde Sturla y José del Castillo Pichardo. Otros, le dan el mérito a Rubén Echavarría o al pintor Eddy García.
El escritor Armando Almánzar Botello se atribuye a sí mismo haber “rebautizado” el establecimiento comercial. “En honor a la verdad, debo decir que yo y sólo yo rebauticé de ese modo a la Cafetería El Conde: ‘Palacio de la Esquizofrenia’, allá por el lejano año de 1980…
Aunque perdí luego la autoría del nombre al no registrarlo en ningún escrito dado a la luz pública oportunamente”, sostiene en un artículo titulado “El señor Spencer y el señor Cabral”.
Entre los visitantes más fieles que alimentan la historia del café se cita al laureado poeta Manuel del Cabral, de quien se dice que solía llegar –cada día– alrededor de las 10:00 de la mañana y permanecía ahí sentado, siempre en la misma mesa, hasta pasadas las 2:00 de la tarde.
Otro escritor que tenía un lugar fijo en el Palacio de la Esquizofrenia era Ramón Lacay Polanco. Según cuenta Enzo Dicarlo, un visitante asiduo del lugar, el autor de En su niebla jamás se sentó en las mesas. “Prefería la barra, exactamente aquella esquina. Llegaba siempre y se instalaba ahí, solo, sólo con su botellita de ron”.
Durante mucho tiempo el lugar sirvió como galería y facilitó la venta de los cuadros de los pintores asiduos, como Cándido Bidó, José Cestero, Ramón Oviedo, Alberto Ulloa y Tomás López Ramos. Aunque todavía el café-restaurante continúa siendo lugar de encuentro de muchos artistas y escenario de algunas peñas, el ambiente ha cambiado mucho desde entonces.
“El turismo (en la Zona Colonial) ha crecido y muchos de los poetas y pintores que venían ya fallecieron, emigraron o cambiaron aquellas costumbres”, explica Rosmery Aybar, una hija de don Manuel que trabaja en el negocio. Aunque algunos artistas jóvenes frecuentan el lugar –indica– no lo hacen con la frecuencia ni el apego que caracterizó a los más viejos.
Barra Payán
Desde el nacimiento de la popular Barra Payán hasta hoy han pasado 57 años. Su fundador, el señor Juan Evangelista Frías Payán, conocido como el señor Payán, ahora tiene 89 y no puede evitar hablar de sus inicios con una irreductible sonrisa.
Juan Evangelista Frías Payán.
“Cuando empecé este negocio la ciudad era pequeña y no había mucho movimiento. Imagínate, 1956… Compré este punto por 800 pesos, un dineral para ese tiempo, pero barato, porque primero el propietario me estaba pidiendo cuatro mil. Se vendía mucho en producto pero poco en dinero. Eran a 15 y 20 centavos los sándwiches”, dice con una clara satisfacción, con palabras marcadas por esas extendidas pausas que impone la vejez.
Un día después de cerrar el trato acudió al mercado y compró 100 naranjas, cuatro lechosas, dos piñas y 10 zapotes para abrir el negocio. Las ventas de ese primer día ascendieron a RD$42. En ese lejano 1956 el señor Payán no imaginaba que lograría vivir de este negocio ni que se convertiría en la más popular de las casas de sándwich de la ciudad, con un personal que actualmente supera los 70 empleados en tres turnos.
Entre las razones de su progreso cita, en primer lugar, el trabajo y el buen trato con los clientes, pero su narración pone en relieve que también es un hombre con suerte. Por casualidad, un alemán borrachón y mala paga lo ayudó a descubrir que en las noches había un público hambriento que podía representar una gran oportunidad de negocio.
Una tarde el cliente aprovechó que el señor Payán se había ido a tomar una siesta y consumió, a crédito, las únicas dos botellitas de ron que había en inventario. Aunque el germano estaba borracho, el comerciante confió en la promesa que le hacía: que si lo esperaba, volvería a pagarle a las 3:00 de la madrugada. Durante cuatro días consecutivos el alemán repitió lo mismo, sin llegar a aparecer para saldar su deuda. Y el sandwichero amanecía esperándolo.
Al quinto día, se había dado cuenta de que ganaba un buen dinero con las improvisadas ventas nocturnas. “Las ventas subieron como 20 pesos. Yo les dije a los muchachos ‘quítenles las puertas a esto, que no voy a cerrar más nunca’”.
Aunque hubo que volver a poner las puertas después del ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo, “por la inestabilidad política” que tenía lugar en el país y que se extendió más allá de la guerra de abril de 1965, la Barra Payán ha mantenido la práctica de ofrecer servicios ininterrumpidos durante las 24 horas del día.
Sus sándwiches son considerados los más populares de la ciudad, muy demandados por gente de todas las clases sociales. Reconocidos personajes de la vida política nacional, como los extintos líderes Juan Bosch y Joaquín Balaguer (dicen que el caudillo reformista mandó a ordenar parte de la comida que se brindó en el velatorio de doña Emma Balaguer en Barra Payán), el ex presidente Leonel Fernández, Ramón Alburquerte, Wilton Guerrero y Reinaldo Pared han sido o son asiduos clientes de esta cafetería.
Cuando era presidente, Fernández se quedaba en los alrededores del local y un camarero lo asistía sin que tuviera que desmontarse de su yipeta, una opción que tienen los clientes al momento de recibir servicio. También han pasado por esta barra famosos artistas dominicanos como Jhonny Ventura, Juan Luis Guerra, Wilfrido Vargas, Sergio Vargas, Anthony Ríos, Héctor Acosta… y extranjeros, como la fenecida salsera cubana Celia Cruz o el merenguero puertorriqueño Manny Manuel.
Aunque en más de medio siglo de historia la Barra Payán no ha proliferado en sucursales y franquicias, sus administradores entienden que tampoco es necesario. “Hay gente que nos critica porque piensa que crecer es expandirse. Sí hemos crecido, pero hemos preferido no expandirnos para mantener el contacto cercano y directo con los clientes”, dice Juancho Frías, uno de los hijos del señor Payán que trabaja en la administración del negocio.
Recientemente otro de los hijos (son 10) abrió una cafetería similar a esta en la Avenida Winston Churchill, al sur de la Charles Sumner, que también se llama Barra Payán. El nuevo emprendedor ha generado cierta tensión en su relación con otros miembros de la familia.
Dumbo
Es otra cafetería-restaurante emblemática de la Capital. Opera desde 1953 en la calle Arzobispo Nouel número 454, frente al Parque Independencia. Originalmente su propietario era un señor banilejo con orejas muy grandes, un rasgo que le sirvió como tema de inspiración al momento de elegir el nombre del establecimiento (Dumbo es un elefante de una serie infantil de Walt Disney Pictures).
Sobre todo en tiempos de campaña, es muy frecuentado por líderes políticos de distintas organizaciones que sostienen aquí reuniones y tertulias informales. Rafael Céspedes, el camarero más antiguo del lugar, cuenta que uno de los momentos más intensos de la historia del establecimiento se vivió en 1962, cuando el local de la Unión Cívica Nacional, que funcionaba en el segundo nivel del mismo edificio, fue ametrallado por una tropa militar comandada por el teniente coronel Manuel Antonio Cuervo Gómez, dando lugar a la recordada masacre del Parque Independencia.
Ni siquiera en medio de aquella tensión el negocio dejó de prestar servicio. Esa política de abrir las 24 horas que caracterizó a Dumbo durante toda su historia cambió hace unos cinco meses, cuando la administración decidió limitar su horario hasta las 11.00 de la noche. La medida se debe, según Céspedes, al aumento de la inseguridad en la ciudad.
Escrito Por: Lery Laura Piña // 2013/01/30
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